Lugares para el encuentro, la palabra y la escucha
En Etiopía, ¡por fin llegamos al año 2016! El año pasado fue bisiesto. Celebramos el año nuevo etíope el 12 de septiembre, y no el 11 como en años anteriores. Y con el año nuevo llegaron también nuevos sueños, ilusiones y esperanzas.
No están siendo tiempos fáciles para muchos países del mundo, ni para algunos países de África entre los que podemos contar a Etiopía. Aquí, el desánimo y la incertidumbre por los conflictos que se incrementan por todo el país nos afectan, y mucho.
Los efectos de los conflictos se reflejan en la vida cotidiana, y no se trata solo de las limitaciones del estado de emergencia que impera en Meki, donde vivimos. Nos afecta el aumento de la pobreza, la falta de comida, de trabajo, de transporte, de medicamentos… Nos afecta que tantas personas se hayan ido para no volver, y que el miedo tantas veces paralice las oportunidades de mejora que se empezaban a presentar.
A pesar de todo, aquí seguimos. Poder superar las dificultades juntas nos hace estar más unidas y juntas confiamos en que todo pueda tomar un rumbo distinto. Para mejor. Y ojalá sea pronto.
Muchas de las jóvenes y mujeres con las que trabajamos son de la zona de Meki. Tuvieron el privilegio de crecer en un pueblo que era pequeño, y donde las familias se conocían. Algunas eran parientes, otras amigas, y experimentaron esa seguridad que da tener vínculos con otras gentes que comparten comida, tradiciones y costumbres. Todas ellas crecieron con un sentido de pertenencia, no solo a su propia familia, sino también a su comunidad, a la gente del lugar.
Muchas otras mujeres fueron llegando ya hace tiempo. Tuvieron que adaptarse a la forma de vida de las familias de Meki. Y lo hicieron. Al principio se encontraban extrañas, ajenas; pero, con el tiempo, fueron creando nuevos vínculos. Tuvieron familia, hijas/os y nietas/os que también crecieron con un sentido de pertenencia a su comunidad.
No todo fue fácil. Las tensiones son inevitables, pero hasta ahora se habían ido superando. Pero en cuanto surgen conflictos mayores, el sentido de pertenencia se agrieta, y señala: tú hablas esta lengua, y tú esta otra. De repente, muchas personas pasan a no ser de aquí ni de allá. Y entonces surgen los miedos, las sospechas y la fragilidad en las relaciones.
En nuestros proyectos hay personas de Meki y también de otras partes. Por encima de todo, nos sentimos miembros de una misma familia. Con todas trabajamos para que no se quiebre el sentido de pertenencia a la comunidad, para que juntas sigamos superando las tensiones con las que vivimos. Trabajamos duro para cubrir las necesidades y generar trabajo para todas, también respeto y dignidad. Y aceptación y comprensión. Y diálogo, y paz.
Este año, 449 jóvenes estudiaron cocina, costura y peluquería en el Centro de Formación Profesional Kidist Mariam, ¡muchas de ellas ya están trabajando! En tres escuelas de la zona rural de Meki, 2.900 estudiantes de primaria recibieron clases de educación en igualdad y en salud para prevenir enfermedades. Y 3.450 mujeres se reunieron cada 15 días en sus grupos de ahorros y pidieron préstamos (que ya han devuelto) para mejorar sus negocios. Muchas de ellas ahora tienen cabras lecheras, huertas comunitarias y carros con burras. Todo esto les permite tener alimentos, transportar sus cargas y generar ingresos para poder vivir y cuidar de sus familias.
No hay conflictos entre nosotras. Son demasiadas las cosas que nos unen. Queremos sanar heridas y seguir construyendo ese sentido de pertenencia a la comunidad con el trabajo del día a día, en las tareas conjuntas, en las aspiraciones frustradas, en los desafíos enfrentados y superados, en los éxitos y fracasos. La causa común, el fin común que tenemos es lo que nos une. Nuestro grado de pertenencia a la misma causa es lo que marca la diferencia.
Pero para construir esta pertenencia, las mujeres tenemos que sentirnos reconocidas, escuchadas, valoradas y tomadas en serio. En eso llevamos años trabajando: en generar confianza, darles oportunidades y sacar lo mejor de ellas. Y en tener y crear lugares y espacios para el encuentro. Lugares para la palabra y para la escucha.
En nuestras reuniones, muchas veces, más importante que las palabras en sí mismas es el sentimiento con el que las decimos y la escucha que se activa cuando miramos y nos miran a los ojos. La mirada es amorosa, abarcadora, abraza.
También los silencios son muy importantes, los silencios son tan elocuentes. Y también nuestro cuerpo, en su aparente silencio, es muy elocuente. Así, día a día, nuestros encuentros se llenan de palabras, sentimientos, escuchas, miradas, silencios y cuerpos. Eso nos da fuerza.
Kalu y Dagui son dos niñas gemelas. Me trajeron un precioso regalo de año nuevo: un saquito lleno de piedras redondas, de distintos colores y tamaños. Y me contaron: “Las piedras han visto y oído muchas cosas. Cada piedra es una de las personas que aquí estamos, como en vuestras reuniones de mujeres. Cada piedra es distinta, única y todas están juntas aquí dentro para acompañarte siempre”. Al escucharlas, se me saltaron las lágrimas y no pude más que abrazarlas en señal de agradecimiento.
Lo explica muy bien la poeta Maya Angelou “La gente olvidará lo que hiciste, lo que dijiste, pero jamás olvidará lo que le hiciste sentir”. Esas piedritas fueron mi mejor regalo de año nuevo. Un saquito lleno de personas, de sentimientos, de palabras, de silencios, de ilusiones, de sueños, de esperanzas. Confío en que se cumplan. ¡Feliz año 2016!
Este artículo fue publicado inicialmente en la Revista 2023 de Sendera, que puedes consultar al completo aquí.