¿Quién quiere ser pobre?
Día de los Derechos Humanos: ¿Quién quiere ser pobre?
Ningún ser humano quiere ir a dormir con hambre, o sin saber si va a poder comer al día siguiente. Nadie quiere dormir con frío ni con goteras en la casa. No hay personas en el mundo que deseen vivir con la duda de si al día siguiente van a poder tener algo de dinero en el bolsillo. O que quieran vivir con la culpa de no saber si sus hijos podrán ir a la escuela, o si los abuelos podrán ir al médico. Nadie quiere sentirse tan desesperado como para contemplar la posibilidad de hacer cualquier cosa por conseguir dinero.
Para los que hemos tenido la suerte, o las posibilidades, de no tener que vivir con estas incertidumbres nos es difícil medir y entender el nivel de ansiedad que puede conllevar vivir en la pobreza. Por eso nos parece peligrosamente perverso cuando escuchamos, dentro del discurso, altamente politizado, del papel que deben desempeñar las instituciones públicas en cuanto a la atención a las poblaciones más desfavorecidas, la insinuación, ni que sea solapada, de que algunas personas son pobres por voluntad propia.
El argumento se formula más o menos así: “Como la sociedad ofrece muchas ayudas públicas y asistenciales, muchas personas se aprovechan de ellas de forma que, de hecho, casi les conviene ser pobres para poderlas recibir». «Las políticas que enfatizan las ayudas sociales −dicen−, lo que hacen es perpetuar la pobreza, y promueven que unos cuantos vivan de nuestros impuestos. Si no fuéramos tan paternalistas con ellos seguro que se espabilarían y harían algo de provecho.”
El reto verdadero es conseguir crear oportunidades para los que, por motivos muy diferentes y variados, han acabado naciendo o viviendo en la pobreza.
El argumento no sólo es peligroso sino también falaz, y a pesar de ello podemos escucharlo con cierta facilidad a pie de calle. Las causas de la pobreza son muchas, variadas y complejas, pero no es de recibo que justifiquemos nuestras conciencias, y de paso aseguremos nuestra comodidad, pensando que ellos se lo han buscado.
La pobreza, la falta de recursos para el desarrollo humano, y la falta de educación formal, son el caldo de cultivo perfecto para la desesperación y la búsqueda de salidas fáciles. Para aquellos que viven atrapados en estas situaciones, desprovistos de su dignidad, se hace comprensible, y hasta moralmente justificable, que muchos no encuentren otra alternativa que la de ser “pedidores”, al haber dejado de creer en sí mismos. Pero no nos engañemos: nadie desea ser pobre, y nadie consigue una vida cómoda y fácil pidiendo ayudas asistenciales o mendigando caridad.
Para afrontar el tema de la pobreza se necesita de una sociedad donde las desigualdades no sean socialmente aceptadas
Desde nuestra experiencia, estamos convencidos de que el reto verdadero es conseguir crear oportunidades para los que, por motivos muy diferentes y variados, han acabado naciendo o viviendo en la pobreza. Ya hemos apuntado en otras ocasiones que parte de la respuesta pasa por tener acceso a una buena educación, ya sea formal o técnica, y por ofrecer servicios públicos que mejoren situaciones de necesidad extrema.
Pero, sobre todo, para afrontar el tema de la pobreza se necesita de una sociedad donde las desigualdades no sean socialmente aceptadas, vistas como algo normal. Que el CEO (o director general) de Walmart, en los EE.UU. cobre 1,188 veces más que el trabajador medio de su propia empresa, o que Jeff Bezos tarde 8,93 segundos en ganar el sueldo anual medio de la mitad de los empleados de Amazon (28,446$) no deja de ser un escándalo y la ilustración grotesca de que, en gran medida, la pobreza es el producto de desecho de una sociedad en la que se justifican el despilfarro y las desigualdades.
Las personas pobres, como todos los seres humanos, tienen sus límites, sus carencias, sus egoísmos, sus rencores y sus momentos de frustración. Pero también tienen fortalezas, capacidad de lucha, tenacidad, ganas de vivir y sueños, que quieren ver cumplidos. La responsabilidad de nuestra sociedad es la de crear oportunidades, antes de caer en la tentación de juzgar a las personas que viven en situaciones de pobreza extrema.
Es bueno recordarnos, una y otra vez, que nadie desea ser pobre. Nadie.